Renault Floride: el deportivo francés que conquistó Norteamérica
Después del éxito alcanzado por el Dauphine Renault necesitaba con urgencia un nuevo automóvil, un ejemplar que evitara la migración de compradores y que de paso endulzara el desabrido catálogo de la marca; y sin quererlo captó el interés de los estadounidenses.
El compacto Dauphine, estrenado en 1956, ya estaba dando señales de agotamiento luego de venderse como pan caliente por más de seis años. A este sedán lo movía un pequeño motor trasero de 845 cc que cumplía dignamente su rol de vehículo urbano y funcional, pero que nada tenía que decir en otros ámbitos, como el de la diversión al volante por ejemplo.
En 1962 el Dauphine abandonó la línea de producción para darle paso el modelo 8, otro sedán adecuado para las masas pero carente de un estilo más juvenil u osado, que eran precisamente las cualidades que buscaban los compradores de menor rango etario, los que por un asunto lógico no deseaban conducir el mismo automóvil que sus padres; así que buscaban satisfacción en otras marcas, británicas entre ellas.
En el intertanto los afamados diseñadores italianos Frua y Ghia fueron citados por el cuerpo directivo de Renault, para encargarse de un proyecto que tenía como objetivo evitar la migración de los compradores jóvenes e incluso y, ¿por qué no?, derrotar a marcas como MG y Triumph en su propia casa.
Para llevar a cabo esa solicitud los citados diseñadores tomaron un Dauphine y lo transformaron hasta la médula, un cambio tan profundo que evolucionó hasta convertirse en una versión deportiva y descapotable del mentado modelo, claro que la denominación Dauphine no le hacía justicia por lo que esa variante adoptó el nombre Floride.
El Floride exhibía un diseño glamoroso sin lugar a dudas, pero se le dotó de un motor posterior que era solo un poco más grande que el bloque del Dauphine, es decir tenía 850 cc y 38 CV. Por supuesto que ese impulsor fue visto con cierto menosprecio por los posibles compradores, así que paralelamente se desarrolló un motor de 956 cc que producía 45 CV, unidad motriz que debutaría recién en 1962 en la variante S.
El Floride S alcanzaba una velocidad máxima de 137 km/h, un performance elevado para esa época, por lo que además se le equipó con freno de discos en las cuatro ruedas y con una transmisión mecánica de cuatro velocidades, ya que la unidad “normal” tenía una caja de tres marchas.
Pero volvamos al ocaso de los años cincuenta. Al final de un breve periodo de desarrollo y decisiones ejecutivas el descapotable Floride fue presentado en el Salón de Ginebra de 1958, evento en el que la estrella del cine Brigitte Bardot se convirtió en la madrina de aquel debutante modelo, el que aún se encontraba en fase de prototipo. Pero al público le importó poco ese asunto, y los pedidos superaron las expectativas hasta el punto de proyectarse una producción de 200 unidades diarias en lugar de esos 30 ejemplares que se planearon al inicio del proyecto.
Y así fue como el Floride puso a Renault en un sitial privilegiado en el mercado automotor de finales de los cincuenta, permitiéndole de paso participar en un segmento hasta ese entonces solo reservado a los fabricantes ingleses y a un par de italianos… Alfa Romeo y Lancia entre ellos.
En el intertanto los directivos de Renault pensaron en rebautizar a ese modelo como Dauphine GT, idea que no prosperó. En el Salón de París de 1958 el Floride se presentó con su diseño y componentes mecánicos definitivos, lo que algo de ruido generó en quienes ya habían reservado unidades luego de la Avant Premiere de Ginebra; entre el prototipo y el Floride de serie no se registraron cambios importantes, lo que ayudó a apaciguar los reclamos.
En 1963 el modelo asume la denominación Caravelle, no como un capricho sino que para anunciar la presencia de una hermosa carrocería coupé que reforzaría la oferta del descapotable, y que serviría además para anunciar el inicio de las exportaciones de ese modelo al mercado estadounidense… todo un hito para la firma del rombo. También se le incorporó un techo rígido removible a la unidad convertible, un opcional que prácticamente eliminó del catálogo a la capota de lona.
Como solía pasar en esa época y con el grueso de las marcas, Renault pecó de excesivo entusiasmo y comenzó a ofrecer una suspensión Aerostable (de tipo neumática) y un complicado embrague electromagnético (Ferlec), sistemas que afortunadamente eran opcionales y bastante costosos; sus fallas eran habituales por lo que fue bueno que su uso no se masificara.
Al final de su vida, remontándonos a 1968, el Floride o Caravelle adoptó un motor de 1.108 cc que producía 60 caballos, el mismo que poco tiempo después se montaría en el modelo 8. Con esta experiencia Renault adquirió invaluable conocimiento en el ámbito de los automóviles deportivos, y los compradores entendieron que no por el hecho de reinar en esos segmentos menos glamorosos esta marca era incapaz de producir ejemplares de mayor categoría.
El Floride que vemos en las imágenes forma parte de la colección exhibida en el Museo del Automóvil de la Viña Santa Cruz, en el Valle de Colchagua, Chile.